martes, 4 de octubre de 2011

O es la cerveza que me ha subido demasiado pronto, o es él y sus preguntas las que hacen que la cabeza me de vueltas. Aún así, también influyen sus preciosos ojos color azul tormenta clavados como dos puñales en mis dilatadas pupilas. Me era complicado articular palabra alguna teniendo su boca a menos de medio metro de distancia -imagínense la catástrofe si hubiesen estado a menos de cinco centímetros... se me habría olvidado hasta el respirar- mi mirada se fijaba únicamente en su sonrisa. Era capaz de imaginarme miles de situaciones en la que su sonrisa -y la mía, por supuesto- eran las protagonistas de una de esas escenas en las que una pareja de "enamorados" corren por un campo de margaritas mientras sus problemas se evaporan y se convierten en nubes con un millón de formas -de las cuales averiguan todas y cada una mientras están acurrucados en el césped el uno junto al otro-. También era capaz de imaginar cómo olería su perfume en mi ropa tras pasar días enteros juntos, cómo el roce de su piel alteraba mis terminaciones nerviosas haciendo que, así, se me pusiera el vello de punta... o cómo, de mil maneras diferentes, estúpidas y realmente imposibles, su saliva podría juntarse con la mía y nuestros caminos se juntasen para pasar de ser dos a uno sólo...Después de que todos esos pensamientos corriesen fugaces por mi mente, pude darme cuenta de que ahí estaba él. Frente a mí. Esperando un gesto, una palabra, algo. Algo de lo cual sólo pude regalarle una sonrisa en la cual se escondían un millón de palabras de las cual, me temo que, nunca podré confesarle.

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