miércoles, 20 de julio de 2011

dont go away

Si un día te vas no seré nada, y al mismo tiempo lo seré todo, porque en tus ojos están mis alas, está la orilla donde me ahogo.




Su rostro. Un inmaculado conjunto de expresiones que erizaban el alma, ella lo recordaba muy bien. Ojos, nariz, y esas pestañas tan largas que le daban un aire elegante y cuando pestañeaba parecía las tiernas alas de un verde colibrí al revolotear. En tal caso, ella debió ser la flor, pensó y se sentía contenta al imaginarse a si misma como una flor y a él como un verde y apuesto colibrí.
Su tenue barba. Ella la había rozado con sus manos y con su nariz, y la había besado en toda su magnitud. Se había apoyado en el comienzo de su cuello, se había recostado en sus hombros, completa en toda su extensión… dejando colgar, tantas veces, el peso del mundo de aquellos brazos. Cayendo en la incertidumbre y en la tranquilidad que da el silencio de unos labios que no hablan porque no tienen nada que decir.
Ella ahora pensaba en lo fácil que es hablar de amor cuando no hay amor. Y recordó, aquella vez que se encontraron en aquel lugar indeterminado en el tiempo y el espacio. Indiferente al fin y al cabo. A ella le supo a miel y chocolate, y cuelgan flores y claveles de aquel recuerdo distante. ¿ el ruido de un metro? Pero ella solo vio el sol. Y él le pregunto algo… algo sobre cosas, cosas que se preguntan a un desconocido un día cualquiera, en un metro lleno de gente. Pero ella solo pensó que era un colibrí precioso. Y se pregunto que hacía un colibrí en aquel lugar tan horrible.

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