martes, 17 de agosto de 2010

Princesa.

Apenas sentia mi propia respiración. Las últimas dos horas estaban borrosas en mi mente. ¿De qué forma había hecho las cosas para que salieran tan sumamente mal? Sólo sentía su mano, agarrando la mía de una forma en la que intentaba decirme "no te voy a dejar ir, no ahora". Señañaba una parte de la ciudad desde el tejado y añadía "allí, allí iremos" como cada día. Era nuestro sueño. "Estás loco, ¿lo sabes?" Siempre se lo decía, para que supiera que esa idea suya me parecía absurda. "¿Me quieres?" me preguntaba. "Sí." ."Entonces me da igual estar loco". Sus palabras se me clavaban hasta lo más profundo de mi alma.
"Prométeme una cosa" me dijo un 13 de marzo, siguió hablando sin que yo hubiese contestado como dando por hecho que no rompería nunca esa promesa, "Si algún dia no estoy, ve allí, donde te estoy señalando. Te espera una sorpresa, ¿vale? Ah, y por favor, nunca olvides que te quiero. Nunca." A la mañana siguiente él no estaba. Entre lágrimas recordé lo que me dijo, nuestra promesa. A duras penas y tras muchas horas de buscar calles, llegué hasta ese sitio. Tan sólo había una pared en la que ponía "Siento haberte asustado, sólo quería que supieras que venir hasta aquí no era tan absurdo como decías. Te quiero, no lo olvides nunca...Ya no estoy aquí, no podré volver, echaré de menos tu perfume, tu sonrisa. Estoy loco, ¿verdad? Pero te digo un secreto, las mejores personas lo están..."

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